jueves, 28 de julio de 2011

(2) Los candidatos (II)

El hombre se molestó en dedicarme una sonrisa ante mi aparentemente inesperada respuesta.

“Bueno, en realidad es posible que este trabajo se desarrolle en entornos hostiles”

Los tres nos miramos, Aaron estaba poniéndose pálido. ¿Entornos hostiles?¿A eso eran debidos los casi 5.450 dólares netos al mes?

“Es un farol”-dijo seguro Paul-“llevamos semanas escuchando gilipolleces, esto es simplemente para saber quien aguanta más de todos. No se gasta mucho dinero imprimiendo papeles y pagando vigilantes, pero, supongo que los costes médicos de la fase dos, por no hablar de posibles movidas judiciales serán más costosos, ¿me equivoco, señor..?”

“Para usted, “señor” a secas Paul, y no se preocupe, todo está acordado ya con los participantes. Así que si eso ha sido una amenaza caballero creo que estamos perdiendo el tiempo con usted”

El señor estaba ahora evidentemente molesto, y Paul agachó la cabeza y comenzó a mirar al lugar más lejano posible de la conversación, el hombre sacó nuevas tarjetas de su bolsillo, esta vez con un teléfono local escrito.

“Piénsenlo caballeros, y piénselo muy bien. Necesitamos personas que no nos abandonen en mitad del viaje. Y puede que lo hagan, reconozco que algunas de las cosas que pueden ver pueden impactarles. En estas carpetas, tienen toda la información que necesitan saber”

Y entonces nos dio un grueso volumen de papeleo y folletos, añadiendo que, por favor, no los difundiéramos a nadie.

“¿Y ya está?¿Eso es todo?¿Para eso nos hacen venir aquí?” Las preguntas de Aaron reflejaban el sentimiento colectivo cuando el hombre se levanto y se fue, de nuevo sonriente. La secretaria que nos hizo pasar nos acompañó al aparcamiento, recordándonos que no deberíamos dar nuestros nombres. Me despedí pues de Aaron y Paul y volví a mi casa sin saber muy bien que hacer el resto del día.


Mi novia me encontró sentado en el salón mirando la carpeta sobre la mesa como quien mira un arma de destrucción masiva sin saber que hacer con ella. Quiso saber que era claro, y yo me negué de la forma más educada posible. No pareció muy convencida de mi respuesta, y esa noche no pude apenas satisfacerla de los pájaros que tenía en mi cabeza. En ese momento empecé a pensar que esta situación, que ya parecía una broma pesada de cámara oculta, me podía costar más de lo que pensaba.


Han pasado tres días, y estoy leyendo los documentos aprovechando que Lisa está trabajando. Muchos de ellos son folletos de propaganda, acerca de los grandes planes de futuro que GeMoCell prepara para la humanidad. También hay catálogos de productos, y DVDs promocionales. Pero entonces ayer encontré una carpeta con una etiqueta que rezaba “Sólo para personal autorizado”. Mi complejo de cotilla se apoderó de mí y comenzé a ojearlo. Lamenté haberlo hecho enseguida.


Resulta que la aparentemente inofensiva aunque no por ello precisamente falta de fondos GeMoCell, ha estado conduciendo una serie de ensayos clínicos en varios países del mundo, sobretodo para probar nuevos antivirales, que es lo que vende hoy en día. Me basta mi moralidad y mis escasos conocimientos de derecho internacional como para saber que no son trigo limpio, porque lo primero que anuncia cada archivo es que los sujetos de pruebas no sabían a que estaban siendo expuestos. Los medicamentos y vacunas provocaron algunso efectos adversos, y algunas personas parece ser que fallecieron. Y todas y cada una de ellas procedían de aldeas y poblados donde no existían los abogados y el concepto de “red de banda ancha” sólo servía para pescar.


He ido a beber agua al grifo de la cocina, con una mezcla de miedo, ira y sorpresa. ¿Cómo es posible que me dieran, o nos dieran, estos documentos?¿Se les había transpapelado por error?¿Era todo parte de la broma, o una prueba más?¿Debería acudir a la policía, a la competencia, a alguien? Mientras mi mente se encuentra ya por su segunda vuelta alrededor de Ganímedes los he visto desde la ventana de la cocina. Los dos van ataviados con gabardinas impropias para el verano, con gafas de sol, y uno de ellos lleva lo que parece una placa policial en la mano.

Llaman a la puerta, a ver que quieren, que me vienen como caídos del cielo parece ser.

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