miércoles, 27 de julio de 2011

(1) Los candidatos (I)

Nos hicieron pasar a los tres a una sala con las paredes llenas de azulejos. Parecía una especie de sauna, o quizás un antiguo quirófano. Mis dos "rivales" tenían la misma cara que yo, rostros que denotaban ante todo incertidumbre.

Un hombre de unos cincuenta años, barba cuidada y pelo negro salpicado por las canas nos esperaba dentro sentado en un taburete. Nos prohibió decir nuestros verdaderos nombres, no tanto por cuestiones de seguridad, como todo hasta ahora, sino para evitar "establecer lazos afectivos innecesarios". Entonces cada uno de nosotros recibió una tarjeta con un nombre escrito: Aaron, Brian y Paul, que fue el que me tocó a mí.

Durante las semanas anteriores, me tocó pasar por una serie de pruebas. Únicamente las primeras resultaron ser las que yo esperaba, con técnicos observándonos desenvolvernos en un laboratorio. Éramos creo que unas veinte personas, y sólo dos de ellas fallaron y no pasaron la primera criba: un chico que se derrumbó al tener a varias personas ataviadas con bata y bolígrafos analizando todos sus movimientos y una chica a la que le sucedió alguna clase de percance personal. Ahí no había problema en conocernos entre nosotros, yo mismo me relacioné bastante con un recién doctorado llamado Steven. Pero entonces los tubos eppendorf y las pipetas fueron sustituidos por una serie de cuestionarios y tests. Algunos eran evidentemente para realizar informes psicológicos, pero otros carecían de cualquier sentido, con preguntas que parecían sacadas de un libro infantil. Cuestiones como "¿estarías dispuesto a proteger con tu cuerpo a Scobby-Doo de una furgoneta descontrolada?" aparecían de repente después de "¿Como definirías la relación con tu madre en dos adjetivos?".

Ahí fue cuando los candidatos empezaron a caer como moscas. Steven de repente se levantó en mitad de una de las pruebas, rompió sus papeles, y se fue escupiendo maldiciones. La verdad es que aunque algo exagerado por su parte, el cabreo era justificado. Al fin y al cabo, dos semanas de cuestionarios de 9 de la mañana a 8 de la tarde, con tres descansos para comer y reposar, enervan a cualquiera. Mis días se completaban con cerca de 2 horas de viaje de ida y vuelta, unas cervezas con amigos a los que no podía contar nada de esto, y una deteriorante relación con una novia a la que no podía siquiera contestar que ese día volvería a llegar tarde por culpa de los malditos tests.

Tras creo que fueron más de cien cuestionarios diferentes, sólo quedábamos 6. No todos ellos estallaron en mitad de la prueba, por lo que sabemos a algunos se les notificó que no volvieran al día siguiente. Se nos dió una semana de descanso, recomendándonos hacer algun tipo de escapada vacacional. Yo fui a comer a casa de mis padres, si sirve de algo. Entonces nos citaron en un polígono industrial a las afueras de Los Angeles-en el otro lado de la ciudad que las oficinas centrales donde hicimos las pruebas anteriores-y ahí sí que fue donde todo se salió de madre, con la llamada fase dos. Supongo que llegué hasta aquí porque antepuse a todo el generoso sueldo que me aguardaba si era el primero en cruzar la puerta.

El hombre nos hizo una serie de preguntas, muchas de ellas banales, acerca de nuestra opinión sobre las pruebas. Reiteró en varias ocasiones que no podíamos decir nada de nuestra vida privada. También dijo que los tres habíamos hecho lo mismo para acabar aquí, y a efectos prácticos nos debíamos considerar iguales, y merecedores del puesto. Pero claro, todo tiene un pero, y este era evidente: sólo uno de nosotros conseguiría el puesto.

Después de interrogar a "Paul" me tocó a mí. "Dime Brian, ¿como crees que tu actitud en la fase dos puede ayudarte para tu posible próximo trabajo?"

Con la mejor de mis sonrisas le dije que no sabía para que un postdoctorado necesitaría, aunque fuera norteamericano, nociones de armas de fuego para trabajar en un laboratorio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario